Los inmunosupresores son fármacos con un elevado número de efectos adversos, algunos de estos son temporales, y otros están relacionados con la dosis del medicamento y se pueden evitar mediante un ajuste adecuado del mismo.
También hay que tener presente, que existe una variabilidad individual, es decir, no todos respondemos igual a un mismo medicamento y esta respuesta particular de cada persona a estos fármacos, va a influir en la frecuencia y gravedad de los posibles efectos adversos.
Entre los efectos secundarios al uso de inmunosupresores más comunes destacan:
- Efectos leves: aumento de peso, sudoración, hipertensión, diabetes, acné, hinchazón de cara y del abdomen, pérdida de masa muscular, alteraciones en las encías, molestias gastrointestinales, cambios repentinos de humor, temblor de manos, etc.
- Efectos graves: infecciones de distinto origen, alteraciones en la función renal y pueden predisponer al desarrollo de neoplasias.
En el caso de los corticoides, suelen aparecer con mayor frecuencia complicaciones metabólicas -aumento de la glicemia en sangre- y alteraciones de estado de humor -euforia con altas dosis, depresión, insomnio-.
El tratamiento por largo tiempo y a dosis altas puede dar lugar a: Cushing facial -cara de luna llena-, retraso en la cicatrización de las heridas y aumento de la incidencia de ulceras en estómago y duodeno. También puede aparecer hipertensión arterial y niveles elevados de colesterol, osteoporosis, cataratas, sequedad de la piel y alteraciones hormonales.
La ciclosporina puede producir toxicidad a nivel renal, hepático y neurológico, hipertensión arterial, hiperglicemia, dislipidemias, engrosamiento de las encías, etc.
Con tacrolimus, los efectos adversos más importantes ocurren en los riñones y el sistema nervioso. También causa diabetes e hipomagnesemia. La toxicidad sobre otros órganos, incluyendo páncreas, hígado y tracto gastrointestinal, también puede ocurrir, pero se observa con menor frecuencia y gravedad que con la ciclosporina.
El micofenolato de mofetilo, puede provocar toxicidad en la medula ósea, comprometiendo el desarrollo de los elementos formes de la sangre, por lo que puede haber disminución de glóbulos blancos, anemia y bajo contaje de plaqueta. Su uso también puede ocasionar toxicidad gastrointestinal -vómitos, nauseas, diarrea-.
A pesar de estos efectos, hay que recordar, que un paciente trasplantado nunca debe suspender la medicación inmunosupresora indicada, pues corre el riesgo de que su organismo, reconozca el órgano trasplantado como algo extraño y en consecuencia intente destruirlo o rechazarlo.
Cualquier eventualidad o reacción, que exista en relación a la medicación, debe ser consultada con su equipo de trasplante inmediatamente.
Recuerda que el tratamiento inmunosupresor representa la clave para la supervivencia del injerto – órgano trasplantado- y del paciente.