Recuerda que no fue fácil y que muchos se opusieron al trasplante. Pero ahora se siente tan bien que se le olvida que está operada.
Por Marlene Rizk
fotos: archivo FH
Vida antes del trasplante
Petra realiza sus oficios con una agilidad y un temple que nadie puede imaginar que hace unos años pudo haber tenido un desenlace fatal, de no haber sido porque su hermana Nancy le donó parte de su hígado.
Lamentablemente, otra de sus 8 hermanos no corrió con la misma suerte y posteriormente a su fallecimiento en el interior del país hace dos años, supieron que sufría también la misma enfermedad.
A ocho años de haber sido intervenida y de esperar 8 años por un donante, Petra María, cumanesa radicada en caracas, lleva una vida normal con sus hijos universitarios Anny y Aníbal Velásquez a quienes ha levantado a fuerza de trabajo doméstico.
Siempre está acompañada de su esposo Santo Franco, con quien comparte la conserjería de un conjunto residencial ubicado en Los Samanes, pues ambos son trabajadores residenciales. Afirma que recibió apoyo de su más cercano núcleo familiar no sólo antes de la enfermedad sino durante la convalecencia inclusive, donde debió permanecer hospitalizada en la Policlínica Metropolitana durante un mes. Su pareja considera que en esos momentos es necesario estar muy unidos y darle ánimo porque «si no hay unión esas operaciones no resultan».
Muchos se opusieron.
¿Cómo tomó la decisión para hacerse un trasplante?
No siempre tomar la decisión de trasplantarse es fácil cuando no se cuentan con condiciones sociales y económicas que permitan la sobrevivencia. El primer escollo que ella encontró fue una familia dividida. Unos estaban de acuerdo y otros no. Ella todavía siente un poco de tristeza cuando recuerda a los que se opusieron.
«Hay una parte de mi familia que no quería y le decían a mi hermana Nancy, que fue mi donante, que si estaba segura de lo que iba hacer y qué iba hacer si se moría. En Caracas viven dos hermanas y una es evangélica, que no me podía ni donar ni siquiera sangre. Mi mamá que vive en Margarita no se enteró que yo me iba operar». Aunque aclara que a todos los hermanos los quiere por igual, asegura: «por Nancy hago todo lo que ella quiera».
A pesar de la resistencia, Petra se trasplantó el hígado el 27 de abril del 2009 y «ya en diciembre estaba hasta bailando y celebrando con mis amigas, por lo bien que me sentía».
¿Los propietarios del edificio la apoyaron?
En el caso de los propietarios del condominio donde trabaja desde hace 7 años, la situación fue distinta. «Si no fuera por ellos no me hubiera recuperado tan rápido, porque fueron los primeros que me entusiasmaron para operarme. Me traían dinero para las medicinas, comida, frutas y todo lo que necesitáramos. Inclusive rezaron por mi salud y me vinieron a visitar. No sé si en otro edificio hubiera sido igual», recuerda.
Llena de vida
Vida después del trasplante
Petra intentó retomar su rutina a los tres meses de intervenida: «Me sentía tan bien que quería empezar a trabajar». Recuerda que no existe comparación de cómo se sentía antes y después de la intervención quirúrgica. «La mejoría fue increíble y ya no me canso para nada. Antes caminaba dos pasos y llegaba blanca como un papel y agotada. Ahora puedo barrer, pasar coleto y regreso llena de color y roja como un tomate».
Su día comienza a las 7 y 30, hora en que se levanta para desayunarse y comenzar la jornada laboral a las 8 de la mañana, la cual consiste en poner en marcha un plan programado de aseo del conjunto residencial de 13 pisos, para conservar en buen estado el edificio.
Ya no quiere ni recordar los días e inclusive los años amargos que pasó antes del trasplante: «Orinaba amarillo, se me hinchaban las coyunturas de los dedos, me daban jaquecas horribles, se bajaba la tensión, se me hinchaba la barriga. Sangraba por la nariz, la boca y las heces».
«Mi hermana me salvó la vida» – Petra Jiménez
Su hermana Nancy con 44 años se ofreció incondicionalmente a donar parte de su hígado a pesar de que tenía una familia de tres hijos y una nieta (20, 14, 13 y 8 años) que mantener.
También fue una decisión difícil porque ella trabajaba por día en casa de familia. Sin embargo, contó con el apoyo de todos: «Yo lo que quería era que mi hermana se salvara y tuviera vida». Su esposo también fue solidario e inclusive contó con un mes de permiso con disfrute de sueldo en la universidad metropolitana donde labora, para cuidar a su pareja durante la convalecencia.
Actualmente, ella lleva una vida normal y trabaja en un plantel educativo (instituto andes). «Yo le digo a los donantes que no tengan miedo, que todo puede salir bien y que ellos van a salvar una vida. Es muy bonito que uno pueda ver una familia con vida. Yo ahora me alegro de ver a mi hermana todos los días del mundo». Para ilustrar que se siente tan bien de salud dice: «trabajo, salto, brinco y bailo».