Petra Jiménez

Petra Jiménez

Recuerda que no fue fácil y que muchos se opusieron al trasplante. Pero ahora se siente tan bien que se le olvida que está operada. Petra realiza sus oficios con una agilidad y un temple que nadie puede imaginar que hace unos años pudo haber tenido un desenlace fatal, de no haber sido porque su hermana Nancy le donó parte de su hígado. Lamentablemente, otra de sus ocho hermanos no corrió con la misma suerte y, posteriormente a su fallecimiento en el interior del país hace dos años, supieron que sufría también la misma enfermedad. A ocho años de haber sido intervenida y de esperar ocho años por un donante, Petra María, cumanesa radicada en Caracas, lleva una vida normal con sus hijos universitarios Anny y Aníbal Velásquez, a quienes ha levantado a fuerza de trabajo doméstico.

No siempre tomar la decisión de trasplantarse es fácil cuando no se cuentan con condiciones sociales y económicas que permitan la sobrevivencia. El primer escollo que ella encontró fue una familia dividida. Unos estaban de acuerdo y otros no. Ella todavía siente un poco de tristeza cuando recuerda a los que se opusieron. «Hay una parte de mi familia que no quería y le decían a mi hermana Nancy, que fue mi donante, que si estaba segura de lo que iba a hacer y qué iba a hacer si se moría. En Caracas viven dos hermanas y una es evangélica, que no me podía ni donar ni siquiera sangre. Mi mamá, que vive en Margarita, no se enteró que yo me iba a operar». Aunque aclara que a todos los hermanos los quiere por igual, asegura: «por Nancy hago todo lo que ella quiera». A pesar de la resistencia, Petra se trasplantó el hígado el 27 de abril del 2009 y «ya en diciembre estaba hasta bailando y celebrando con mis amigas, por lo bien que me sentía».

Petra intentó retomar su rutina a los tres meses de intervenida: «Me sentía tan bien que quería empezar a trabajar». Recuerda que no existe comparación de cómo se sentía antes y después de la intervención quirúrgica. «La mejoría fue increíble y ya no me canso para nada. Antes caminaba dos pasos y llegaba blanca como un papel y agotada. Ahora puedo barrer, pasar coleto y regreso llena de color y roja como un tomate». Su día comienza a las 7:30, hora en que se levanta para desayunar y comenzar la jornada laboral a las 8 de la mañana, la cual consiste en poner en marcha un plan programado de aseo del conjunto residencial de 13 pisos, para conservar en buen estado el edificio. Ya no quiere ni recordar los días e inclusive los años amargos que pasó antes del trasplante: «Orinaba amarillo, se me hinchaban las coyunturas de los dedos, me daban jaquecas horribles, se bajaba la tensión, se me hinchaba la barriga. Sangraba por la nariz, la boca y las heces».

Inicio Regresar al blog