Luis vivió con enfermedad hepática durante 20 años, enfrentando con fortaleza una condición que fue deteriorando su salud lentamente. Entre octubre y diciembre de 2014, ya sabía que estaba entrando en la fase terminal de su enfermedad. Incluso llegó a pensar que no viviría lo suficiente para conocer a sus nietos, una idea que lo llenaba de tristeza pero también de resignación.
En diciembre de ese mismo año, debido al ascenso progresivo de sus marcadores tumorales hepáticos y los hallazgos en sus estudios, su gastroenterólogo-hepatólogo, el doctor Saturnino Fernández, lo refirió al doctor Pedro Rivas para evaluar la posibilidad de un trasplante hepático. Estaba previsto que su hija fuese la donante de un segmento de su hígado, y todo el protocolo de Fundahígado avanzaba según lo planeado. Sin embargo, el destino dio un giro inesperado cuando se recibió la noticia de un fallecimiento en la clínica, lo que abrió la posibilidad de una donación cadavérica para Luis.
Gracias a ese acto de generosidad anónima, Luis Gaslonde recibió el trasplante que le salvó la vida. Hoy está infinitamente agradecido con su donante, una persona que, en medio del dolor de su familia, le dio a él la oportunidad de seguir viviendo. Su historia es un recordatorio del poder de la solidaridad y de cómo una vida puede continuar gracias al regalo de otra.
